viernes, 11 de octubre de 2013

El drogadicto

Todos somos un poco drogadictos. Depende de lo que entendamos por droga, pero aquello que yo describiría como innecesario fisiológicamente para nuestra supervivencia y que nosotros, poco a poco y mediante el uso, somatizamos (dios, cómo me gusta fardar de vocabulario a estas horas de la mañana...).

Yo podría vivir con unas horas de sueño, agua y un plato de arroz al día. Es el mínimo que nuestro cuerpo necesita. Pero ni todos los espartanos juntos tendrían la voluntad de hacerlo por siempre en cuanto somos animales inteligentes. Y nuestra inteligencia nos descubre nuevos mundos desde el momento en que se pone en marcha. Lo digo mientras estoy viendo una foto de mi sobrino de apenas 4 meses mirando asombrado a su hermana que le sostiene en brazos. Parece decir: "¡Oño, ¿y esto?! Mi sobrino ya no necesitará sólo dormir, beber y comer. A partir de ese momento la necesitará también a ella.

Viene todo esto a raíz de mi ajetreada vida últimamente. Intento vivir más con menos. Pero durante muchos años estuve envenenando mi cuerpo y mente con otra serie de elementos para nada necesarios, pero que mi mente asimilé como tales, haciendo creer a mi cuerpo que también lo eran. Ayer, después de más de un mes de abstinencia (y mono), me senté en el sofá y me inyecté por vía intravenosa dos horas de documentales. Primero, un chute a pelo de historia contemporánea con la cruda "La historia jamás contada de Estados Unidos", de Oliver Stone, el capítulo sobre los años 80. Mierda muy concentrada, fuerte, probablemente un poco adulterada, pero un resucita-muertos en toda regla. Y después, el capítulo sobre junglas de "Human Planet". La BBC trafica con material de calidad, es probablemente el camello más de fiar que se pueda tener. Ayer me proporcionó setas de las buenas, oníricas pero tranquis, sin llegar al punto de ver dragones.


Mi cuerpo lo necesitaba, me lo estaba pidiendo de formas que yo no acertaba a entender. Pero al dar con la respuesta a su demanda, anoche no dormí, sino que me apagué lentamente en la mayor de las paces. Y en mis sueños no intenté meterle mano a un pibón en una casa que no era la mía, pesadilla recurrente. Estaba sentado en un tronco caído frente a un riachuelo en la selva de Papúa Nueva Guinea, bebiendo té. Y sentado a mi lado charlaba conmigo Mihail Gorbachov.

No hay comentarios: