lunes, 24 de enero de 2011

La penúltima frontera

Siempre se dijo que el terrorismo fundamentalista (venga de una cueva en Afganistán o de una casita de madera en Arizona) es el más dañino, porque les basta con planear la primera mitad. La segunda, la huída, es totalmente prescindible. Para qué, si con ello se ganan un paraíso con 40 vírgenes o mandar a tomar por el culo al banco que les tiene embargada la casa.

Siempre recordaré el 11-S, pero no porque yo dijese "este va a ser un día importante, voy a recordar dónde estaba y qué hacía para poder contarlo cuando sea mayor en alguna efeméride de España Directo" y tal... no. Lo recuerdo perfectamente porque aquel día pasé miedo de verdad. Es como me imaginaba yo que sería el día en que los marcianos vendrían con su rayo calórico a arrasar nuestra civilización. Algo así, esa sensación de que las cosas se ponen serias y no bastará con taparse bien con las sábanas esa noche.

Acabo de enterarme del atentado suicida del aeropuerto de Moscú. No digo que mi sensación sea la misma del 11-S, pero sí me han venido a la cabeza cantidad y cantidad de situaciones vividas. Un suicida se pone en la zona de llegadas internacionales del aeropuerto y se autoexcluye de la evolución humana, pero llevándose con él multitud de vidas inocentes. Desde que vivo en Madrid he ido infinidad de veces al aeropuerto, a llevar amigos y familiares, a esperarlos... Es uno de los lugares del mundo donde se puede ver más amor incondicional a cualquier hora, cualquier día, sin cortapisas ni convenciones. A mí me gusta ir a los aeropuertos, aunque sólo sea por eso. He visto abrazos, besos, lloros, risas. A mí también me ha pasado todo eso, por muy de duro que vaya por la vida. Me encanta viajar a cualquier país, que se abran las puertas y ver al otro lado una cara que de repente te reconoce y sonríe hasta más no poder. Una persona que después te abraza, te lleva a su casa y te da cama y comida. Eso es la bondad humana por definición, creo yo, hacer que otro se sienta reconfortado y querido.

Pues bien, resulta que ahora corremos el riesgo de que alguien entre a sus anchas en la sala de un aeropuerto, como felízmente hacíamos todos hasta ahora, y en vez de esperar impacientemente la llegada de alguien a quien hace años que no ve, con un globo, un regalo empaquetado con lazo, un ramo de flores o un simple abrazo de bienvenida, se traiga un chaleco de explosivos y te lleve por delante. Si de verdad tuviera un par de cojones, se iría a hacerlo al despacho de Putin, o de Obama, o del pelele que presida su país, o a casa de su puta madre, pero estas cosas siempre han sido de cobardes y, lamentablemente, lo seguirán siendo.

"Están locos", dirá alguien. No, los locos, si son locos de verdad, se dedican a pillarse los huevos con la puerta de un armario o a chupar candados. Pero si te dedicas a joder a los demás, eres un malnacido.

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