jueves, 14 de septiembre de 2006

El comienzo del fin

El mundo, tal y como lo conocemos, se precipita alocadamente hacia su fin, en una carrera tan estúpida como imparable. Todos creeréis que son fábulas de un agorero con mal día, pero no. Si os fijáis bien, estamos rodeados de pequeños detalles que nos anuncian el Apocalipsis, pero los dejamos pasar sin apenas darnos cuenta.

Hace un rato estaba trabajando durísimamente en la oficina mientras ajusticiaba una bolsa de cacahuetes de los de pelar. Cuando acabé la bolsa, me di cuenta de que ni una sola de las fundas traía tres o cuatro cacahuetes dentro. Todas eran simples o dobles. ¿Dónde están aquellas fundas que abrías con cuatro cacahuetes perfectamente marroncitos, alineados, guapísimos, y les dabas vuelta en la boca como si fuese un camioncito-volquete de Guisval? ¿Dónde está el romanticismo en los frutos secos? ¿Por qué no nos llama Odín de una vez a su banquete y a otra cosa, mariposa?

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